Con las PASO se podrá tomar la temperatura electoral de un país, en el cual a una parte de la sociedad le “da igual” quien gane, sobre todo, cuando se llega a las urnas con años de enojo y frustración por verse obligados a mendigar alimentos o revolver la basura para subsistir.
Por Augusto Morel
Votar con hambre. Esa es la imagen que deja un sector cada vez más amplio de la población argentina. Con las primarias del 13 de agosto se podrá tomar la temperatura electoral de un país, en el cual a una parte de la sociedad le “da igual” quien gane, sobre todo, cuando se llega a las urnas con años de enojo y frustración por verse obligados a mendigar alimentos o revolver la basura para subsistir.
“Es una realidad que viene desde hace mucho tiempo. ¿Quién va a cambiar esto de golpe?”, se pregunta Evarista, mientras acomoda peras y cebollas en su carrito para hacerle espacio a una coliflor que rescató tras pasar horas rebuscando vegetales entre los residuos.
No le interesa ir a votar. Sólo que el Estado apruebe sus papeles jubilatorios para dedicarse a sus nietos y dejar de lanzarse a los contenedores del Mercado Central de Buenos Aires –el centro comercial que abastece a catorce millones de personas con frutas y hortalizas-, donde cada jornada se descartan excedentes de mercadería no vendida el día anterior.
Igual que Eva, cientos de personas recorren a diario las 500 hectáreas del recinto en busca de alimentos para llegar a fin de mes. Entre ellas, varios jóvenes, que no superan los 25 años relatan que desde los 16 sobreviven tanteando vegetales y frutas en los residuos para comer o vender en las calles de Buenos Aires.
La inflación interanual de Argentina escaló en junio pasado a casi un 116 %, siendo los alimentos la categoría de mayor incidencia, con un alza del 116,9 % (interanual), pese a los intentos del Gobierno de Alberto Fernández por bajar o congelar los precios. Además, la pobreza alcanza ya a la mitad de la población.
“Venimos así hace años, gane quien gane es igual. A nosotros no nos importa la política, sólo comer”, se anima a decir uno de ellos fuera de cámara. Se sienten agradecidos por tener un techo sobre sus cabezas, algunos “no tienen donde caer muertos” y “viven” en el Mercado Central. “¿Por qué te alejarías de tu fuente de comida?”, se pregunta.
A unos pocos metros de Eva, Francisco un “changarín” que 25 años que ronda por este centro abastecimiento de alimentos, sólo está preocupado por llevar víveres a casa. Hace tiempo que dejó de prestar atención a las campañas electorales. Ni siquiera sabe quiénes son los candidatos a presidente.
“A mí no me cambia votar. Trabajo y trato de comer todos los días. El que gane ojalá que piense en la gente. Todos meten la mano en la bolsa, pero no se acuerdan de nadie después”, se queja. Su salario no alcanza para cubrir sus necesidades básicas y las de su esposa.
Desde que se inauguró el calendario electoral el pasado mes de abril, los argentinos han elegido gobernadores en catorce provincias, si bien hubo un alto nivel de abstención. La mayoría de los padrones no superaron el 80 % de participación.
En las villas miseria, como la “1-11-14”, una de las más peligrosas de Buenos Aires, la idea de votar está presente, aunque eso signifique perder un lugar en la fila de los comedores.
Este es el caso de Gregorio Acuña, un oficial pintor, que desde el comienzo de la pandemia, en 2020, recibe un plato diario de comida de la parroquia Santa María Madre del Pueblo. Allí, los llamados “curas villeros” son de las pocas personas que afrontan las consecuencias dejadas por la pobreza y el narcotráfico.
“No me cambian en nada las elecciones de este domingo, pero me gustaría que el nuevo Gobierno genere más trabajo y vayan quitando las asistencias sociales, porque cualquiera se beneficia de eso y prefieren vivir de ayudas”, comenta a EFE.
Durante el mediodía, decenas se alinean en la puerta de la iglesia esperando que llegue la hora de almorzar. Florencio Fuentes aguarda la vianda que compartirá con su hija discapacitada, confía en tener pronto su jubilación tras las PASO y así dejar de depender de la caridad eclesiástica.
Nunca pudo tener empleo registrado por ser inmigrante, lo que significa una pensión mínima de unos 250 dólares mensuales, cuando en Argentina una familia tipo necesitó en julio pasado 485 dólares para mantenerse por encima de la línea de la indigencia.
“Las elecciones las veo peleadas, pero tengo fe en que gane el oficialismo, porque la derecha no piensa en el pueblo. Si ganan pasaremos más necesidades”, asegura a EFE.
El domingo próximo, si algunos van a votar, lo harán con la certeza de saber que esas horas de fila no serán recompensadas con comida. Si votan será con hambre.
EFE.